#53: Ritualitos ✨
Del bordado como ritual, anuncio, libro-regalo, canciones de cuna y otras dulzuras.
No me es suficiente con vivir. Necesito registrar, escribir o bordar para recordar y, sobre todo, para celebrar eso que ha sido por un instante la vida.
Con el bordado queda además el relieve de la experiencia, lo que permite, de cierto modo, revivirla. Acaricio la ropa de recién nacida que mi madre bordó durante su espera y vuelvo a ser niña. Paso los dedos por las flores bordadas de mi vestido de matrimonio y siento su mano en mi mano. Y si me enterraran con un collar bordado, como hicieron con el faraón egipcio Tutankamón, seguro resucitaría una parte de mí.
Bordar es un ritual.
Con los rituales se saluda la existencia y en especial su impermanencia, una bella palabra que tomo del inglés y que no está en nuestro diccionario. Los rituales se realizan justo en los momentos que marcan cambios; ante la incertidumbre que estos generan necesitamos una tradición que nos dé un asidero en lo conocido, una ilusión de que todo saldrá bien o de que lo que será, será. Empleamos una serie de gestos y palabras para acompañarnos en los duelos o dar la bienvenida, para rescatarnos del desamor o sellar nuestro compromiso con el ser amado.
Me gusta entender el bordado como algo sagrado que me conecta con la experiencia de estar viva. Por eso merece a su vez ciertos rituales para no caer en el automatismo y darle un propósito a cada obra. Esto sucede desde el momento en que elijo los hilos, recorto el lienzo, enhebro la aguja. Como en un baile o una ceremonia, involucro gestos, palabras, posturas, herramientas de trabajo, ritmos y costumbres. Bordar es hacer aquelarre, juntar nuestras manos y bailar en la tela hasta hacer del hilo una hoguera.
Bordamos y con el rabillo del ojo vemos pasar el día, al fondo escuchamos una sirena de ciudad, pero nuestra atención está suspendida en otra realidad. Estamos y a la vez no. Es una forma de meditación: nos distraemos con un pensamiento, pero retomamos el hilo como volviendo al ritmo de nuestra respiración.
Hasta la forma en la que tomamos la aguja es como un mudra, ese gesto espiritual que se hace con las manos. La punta del índice toca la punta del pulgar formando un círculo, lo que se relaciona con la conciencia, la expansión y el conocimiento. En el hinduismo y budismo este mudra se usa para mejorar la concentración y la memoria. En el bordado el resultado es memoria misma. La aguja, más que la extensión de la mano, lo es de la imaginación; y el bastidor representa lo circular: contiene un mundo y a la vez amplía el otro mundo, el de afuera.
“La repetición monótona de las puntadas me hundía en una modorra, poderosa como el mar, que me mecía y me colmaba. Entonces conseguía una felicidad rara, como la de perderme en un laberinto”. Elisa Mújica en ‘Catalina’.
Por la misma línea meditativa las puntadas serían mantras: sonidos que se recitan para liberar la mente. Entro salgo y me devuelvo. Entro salgo y me devuelvo. Susurro lo que hacen mis manos, así no olvido la puntada y le doy vida al gesto.
Otros días cuento los puntos como contando inhalaciones y entro en un trance del que no quiero salir aunque tenga sed o la habitación empiece a oscurecerse.
Como ritual final está la despedida de las agujas. En Japón se realiza el Festival de las Agujas Rotas o Hari-kuyo. Ese día se llevan a un santuario y se clavan en tofu, una particular almohada, para que descansen de tan duro trabajo. El ritual se completa con una oración con la que se pide más habilidad con la aguja. En cuanto a las hebras sobrantes, sugiero un jardín de hilos para atesorar finales: las puntadas que estuvieron a punto de ser y no fueron; un pensamiento detenido en ese instante en el que se anudó y cortó la fibra; y los colores que, como las flores, no tienen que combinar.
Dejaré el teclado por ahora, preguntándome cuáles serán esos rituales con los que tú celebras la impermanencia.
Cerquita,
Jules.
📢¡Anuncio importante!
Tal vez intuyas por lo que he escrito en números anteriores que ya se acerca el desembarque de mi pequeño O. Mi plan es que ahora “Perder el hilo” sea mensual (no quincenal) y que te llegue más o menos el último miércoles del mes lleno de inspiración. Ahora bien, si mis asuntos de vida se me cruzan por ahí, puede que tengas que esperar un poco más, pero quiero que sepas que sigo firme con estas cartas. Haré que valga la pena la espera ;)
Mientras tanto, navega por el historial de este “news-later” o lee alguno de los 14 libros que he publicado.
👆Este café virtual es una especie de propina que me das porque esta carta le aportó algo a tu semana. No conté cuánto tardé en escribirte, pues recolecté y pensé lo que quería decirte durante varios días. Gracias por compartirme también de tu tiempo, es lo más valioso.
Un poema-ritual para volverse bosque.
Durmiendo en el bosque, Mary Oliver
Pensé que la tierra
me recordaba, ella
me acogió tan tiernamente, disponiendo
sus faldas oscuras, sus bolsillos
llenos de líquenes y semillas. Dormí
como nunca antes, una piedra
en el lecho del río, nada
más que mis pensamientos entre el fuego blanco
de las estrellas y yo, y ellos flotaban
ligeros como polillas entre las ramas
de los árboles perfectos. Toda la noche
escuché a los pequeños reinos respirando
a mi alrededor, los insectos, y los pájaros
quienes hacen su trabajo en la oscuridad. Toda la noche
subí y bajé, como si estuviera en el agua, luchando
con un destino luminoso. A la mañana
me había desvanecido al menos una docena de veces
en algo mejor.
Un libro regalo: Daissy Romero fue una artista que trabajó enseñándoles a bordar a hombres privados de la libertad y que, tristemente, se nos fue muy pronto. Parte de su legado es el libro textil «En.Sueño: El diario secreto de León», que hizo junto con Daniel León y Andrés Escobar para descifrar una historia única: ese lapso entre una infancia de juegos, el despertar en un psiquiátrico donde la familia parece rota y el ingreso por primera vez a una celda.
»Aquí encuentras el libro en formato digital y una reseña sobre el trabajo de Toc Toc, como se le conocía a Daissy.
Una novela: En El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Ţîbuleac (Impedimenta, 2019), el joven protagonista dice odiar a su madre y solo valorar en ella la belleza de sus ojos verdes. La odia, en realidad, porque la ha amado. La ha amado y ella no ha estado allí. La ha amado, pero ahora ella entra a su cuarto sin tocar la puerta y le pide que se quede ahora, cuando se les ha acabado el tiempo. Lee la reseña completa que le escribí hace algún tiempo.
Una miniserie: Carol and the end of the world, disponible en Netflix, me puso a pensar no sólo en qué haría si supiera que el fin del mundo se acerca, sino en el verdadero sentido de la vida. Por supuesto que no hay una respuesta, pero sí una reflexión interesante sobre la búsqueda de significado en el entretenimiento vacío, en la conexión espiritual como una moda que debe exhibirse, en el trabajo automático… en fin, en cómo nos anestesiamos para no sentir la realidad.
Una receta: Si te ves la serie anterior, vas a querer hacer un pan de banano. Yo sé por qué te lo digo. Aquí una receta que encontré con todo lo necesario.
En palabras de Maggie O´Farrell en su novela Hamnet:
Un podcast: con Virginia Sosa, de Nuevo Reino, sobre el tema de hoy:
Un tesorito: Diez lunas para una espera, escrito por Velia Vidal e ilustrado por Natalia Rojas Castro, “recoge, mes a mes, las diez lunas durante las cuales madres y padres imaginan, sueñan y se preparan para recibir a un nuevo miembro de la familia. Este es un libro para recorrer en imágenes el territorio del Pacífico, sus símbolos y sus culturas”.
Siguiendo con canciones de cuna, llegué a Bordando nanas en mi búsqueda de libros ilustrados con hilo (mira las compilaciones 1, 2, 3 y 4 que hice). Estas canciones de sonidos latinoamericanos, además, se pueden escuchar en esta playlist:
Aunque no busco justificar mis actos, el otro día me pregunté por qué rayos soy tan tierna. Creo que lo hago como un sistema de defensa, en especial cuando duermo. Si me ves adorable, no me vas a atacar. Ni siquiera te vas a atrever a moverme de tus piernas entumidas.
Por eso, encuentro insólito que en los cuadros medievales los gatitos estemos registrados de forma tan precaria. Parece ser que querían representarnos como seres aliados con la oscuridad de los que mejor hay que alejarse. O simplemente no sabían dibujar bien.
Eso es todo por ahora. Me iré a reposar en mi belleza,
Rima 🐾
Gracias por esta nueva entrega, muy generosa, siempre bonita e interesante.
Comparto la idea del bordado (y de la escritura) como ritual.
Me impactó mucho el libro regalo, "En-sueño", y me gustaría saber si es posible adquirirlo y dónde..
¡Feliz desembarque de O! Gracias por compartir siempre cachitos de belleza