#61: La memoria en un plato de comida
Recuerdos de sabores, un poema para saber vivir, recomendados alimenticios y una invitación a que nos encontremos en viva presencia.
La comida es, quizá, la verdadera máquina del tiempo. Prepara una sopa de la misma manera a como lo hacía tu abuela y, magia, la tendrás ahí, sentada a la mesa contigo y tú tendrás las piernas cortas y manos infantiles y volverás a escuchar la historia de cómo, ante la escasez, esa era la sopa que ella misma tomaba en la infancia porque solo bastaba una rama de cilantro para darle buen sabor. A la mesa vendrá entonces también su abuela. La tuerca que falta en esta máquina es que la sopa nunca queda igual a la que uno recuerda porque la memoria todo lo embellece o lo empeora porque las emociones extremas son las que menos se olvidan.
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Mi madre vivía en un pueblo pequeño, casi rural, cercado de un lado por el río y del otro por la carrilera del tren. Iba a la escuela en la mañana y en la tarde ayudaba en la casa. Para jugar no tenía muñecas, pero sí ollitas. Entonces con una hermana ordeñaba a algún animal que se dejara y preparaba un queso que no se comía. Un queso para las muñecas que no había.
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Decía mi mamá que cuando mi abuela preparaba fríjoles era porque mi abuelo llegaría de viaje. Y ese era el mejor día de su vida.
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Los fríjoles de mi mamá son mi máquina del tiempo.
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Cuando yo era pequeña, mi hermana M. me trajo de regalo de un viaje que hizo a Corea unos palitos (palitos chinos, que llaman). Seguro eran nuevos, pero yo los chupaba y chupaba creyendo encontrar en ellos a qué sabía la comida tan exótica que ella había probado.
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El primer desayuno que J. preparó para mí fueron unas tostadas francesas. Eso nunca lo voy a olvidar.
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De niña, cuando no quería comer, mi hermana J. me cortaba en trocitos toda la comida y luego la mezclaba. Solo ese gesto, tan amoroso y paciente por cierto, mejoraba notoriamente cualquier plato.
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Cuando iba a viajar en avión por primera vez lo que más me emocionaba era probar la comida. Eso era, claro, cuando daban comida en los aviones.
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Aparte de la leche, el primer sabor que probó mi hijo fue el de la mandarina. Una gota en mi dedo, su boca voraz, sus ojos muy cerrados debido a la acidez y luego muy abiertos, pidiéndome más.
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Voy a revelar el secreto de cocina de mami: a todo le pone un poquito de panela.
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De niña probé botones, hilos y tierra.
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La comida no solo es la que se recuerda con la lengua. El oído, el oído es muy importante: el batir del chocolate de mami, la cucharita con la que J. sirve el yogurt, el crujir de la comida de Rima.
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Si solo recordara la comida por el olfato, vendría a mi mente el olor de la leche en polvo con sabor a vainilla de marca Sustagen. Nunca más lo he vuelto a sentir.
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La memoria del alimento también está en las manos. Mi hijo las prueba todos los días.
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Después de recuperarme de un trastorno de la alimentación, hace ya 15 años, me tengo prohibido hacer dietas. La culpa casi me mata. Aprender a disfrutar de cada alimento fue lo que me salvó, me salva.
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Cada navidad, mientras escuchamos O Tannenbaum, la familia de mi suegra me sirve un caldo de bolitass de matzo. Si mi última cena no fuera un plato de fríjoles, sería uno de matzo soup.
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Y tú, ¿alguna memoria que te sepa a algo?
Aquí, hambrienta,
Jules.
Pd. Si te gustó esta carta, también puedes leer:
🌹Querido cuerpo
🌹La gran belleza
🌹Un cuerpo sin comentarios
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»Encontrémonos
Estos encuentros en viva persona se me hacen cada vez más difíciles, a la vez que deseados. No solo por mi maternidad o falta de tiempo, sino porque siento que a la gente ya no le interesa estar, así, en viva persona, y conocerse, y hablar, y tomarse un café. Pensábamos que la pandemia nos haría dar más ganas de encontrarnos y en cambio nos dio herramientas (Zoom, envivos, etc.) para que pudiéramos quedarnos en casa. Y, después de todo, seguimos prefiriendo quedarnos en casa, nos volvimos, quizá ¿indiferentes? En fin, dejo aquí mi queja y paso a invitarte a que salgas, a que nos acompañemos al calor de una charla y bien rodeados de libros, como debería ser.
Mi libro Autorretrato en el jardín podrá comprarse en Wilborada esa noche. También se consigue en cualquier librería. Si vives fuera de Colombia, lo encuentras en Buscalibre o en versión digital.
Nos vemos en Instagram, Twitter o en mi página.
»Un poema para amar más fácil
Cómo vivir (Todd Dillard)
La depravación comienza con pensar en el amor
como un acto radical. Dejé de amar
con dificultad. Amo
fácil ahora. Dos periquitos en mis hombros.
Volarán si me muevo. Entonces me muevo.
Amo volar. Amo las jaulas
abiertas de par en par. No soy una ventana.
Podría ser una ventana. Ábreme,
encontrarás un bosque denso,
niñas deambulando por su interior.
No son niñas perdidas. Conocen el lugar.
Viven como corren los caballos.
Si cada una tuviera un pájaro en la mano
las abrirían.(Traducción: Alexandra M. Rojas)
»En voz alta
Este poema es a la vez un capítulo de mi novela Los últimos días del hambre, a pocas semanas de su nueva edición. Se llama Masa, y tiene que ver con la adicción por comer y, sobre todo, por rechazar el cuerpo.
Solo tenías que darme la mano es un libro arte, libro objeto, libro hilo. Es un poema épico escrito por Pilar Gutiérrez, bien acompañado de los montajes textiles de Juliana Correa. Contiene, además, piezas sonoras que aquí comparto.
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Una de las recetas más ricas y fáciles y que hace parte de mi cotidiano es el arroz con plátano que Roald Dahl describe en Volando solo, su libro autobiográfico sobre sus tiempos como piloto de guerra. Aquí va. De nada.
El sargento encendió una hoguera con ramas y comenzó a preparar la cena para sus hombres. Preparó arroz en un caldero enorme y, mientras se cocía, cogió un gran racimo de plátanos del camión y, arrancando uno a uno del racimo, fue pelando los plátanos y cortándolos en rodajas que añadía al caldero de arroz.
(…) Sabía realmente delicioso. El arroz estaba sin descascarillar y dorado y los granos sueltos. Las rodajas de plátano, calientes y dulzonas, engrasaban en cierto sentido el arroz, como lo hubiera hecho la mantequilla. Era el mejor plato de arroz que había probado en mi vida y me lo comí todo, sintiéndome bien y olvidándome de los alemanes.
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Hace tiempo empecé a ver una serie que todos recomendaban llamada The Bear (El Oso). Aguanté tres capítulos y desistí. Me pareció tensa y no entendía a dónde iba. Hace poco le di una nueva oportunidad y no he podido dejar de verla, así que, como muchos ya lo habrán hecho, también la voy a recomendar. Es tensa, sí, pero también llena de humor, de diálogos muy bien construidos (a veces parece una obra teatral que te absorbe y se te pasa el tiempo rapidísimo). Habla de las relaciones, la familia elegida, el duelo, el tiempo. Qué buena fotografía, qué buenas escenas de Chicago, qué personajes tan bien construidos. A quienes amamos contar historias (y, además, la cocina) esta es una clase magistral.
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Hablando de cocina y de The Bear, recomiendo un canal de YouTube llamado Binging with Babish, donde el cocinero replica platos que ha visto en películas o series y luego los mejora. Disfruto, además, de su humor. Soy de esas personas que con solo ver programas de cocina, aunque no prepare nada, es feliz.
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Imagina que tu comedor tuviera esta pintura:
De hecho, hace parte de una de las 14 Pinturas negras que Francisco de Goya pintó en las paredes de su casa en una época oscura de su vida. Esta, además del mito de Saturno, explora la brutalidad de la dictadura y el autoritarismo. Saturno, en su frenesí, representa el poder opresivo y la autodestrucción que viene con él. Lo traigo a colación también porque es uno de los cuadro que más me conmueve. El horror también te hace sentir cosas.
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El anterior cuadro inspiró uno de los capítulos de Los últimos días del hambre:
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No leía El Principito desde que estaba en el colegio. Cómo lo lamento. Lo leí esta semana y lo reeleré muchas veces más. Lo sentí poético, filosófico. Traigo aquí un fragmento muy bello que habla sobre afrontar el duelo:
Nuevamente me sentí helado por el sentimiento de lo irreparable. Y comprendí que no soportaba la idea de no oír nunca más esa risa, que era para mí como una fuente en el desierto.
- Hombrecito, quiero seguir escuchando tu risa...
(…)
- Cuando mires el cielo por la noche, dado que yo estaré en una de ellas, dado que yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír! (…) Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás ganas de reír conmigo. Y abrirás de vez en cuando tu ventana, así, por placer... Y tus amigos se sorprenderán de verte reír al mirar el cielo.
(…)
Y me tomó de la mano. Pero siguió mortificándose:
- Has hecho mal; vas a sufrir. Parecerá que me muero y no será cierto...
Yo no decía nada.
- Tú comprendes. Es demasiado lejos. No puedo llevarme este cuerpo, es demasiado pesado.
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Dom La Nena es una chelista brasilera que tiene una música que suena como si uno estuviera en una buhardilla del corazón, con la chimenea prendida, comiendo dátiles con queso maduro.
Certezas de una gata:
Una nueva superficie es una nueva cama
Muchas camas son mejores que una sola
Las palomas y los gatos son archienemigos, incluso más que los gatos y los perros
La comida especial del fin de semana no sería tan especial si la sirvieran todos los días
Si existe un mínimo riesgo de que quien toca el timbre sea el veterinario, será mejor esconderse
Los veterinarios son una amenaza pública, incluso más que las palomas
No hay nada que no esté a mi alcance… y necesito demostrarlo
La mejor técnica de supervivencia es la ternura
Rima 🐾
Que hermoso hilo, me he transportado a las comidas de infancia y apapacho la sopa de fideos, calentita deliciosa para días tristes o fríos, cuando ya yo la preparaba les decía a mis hijas que era la sopita de la felicidad porque coincidió que la hice un día que una de ellas estaba triste, y así hasta la fecha después de muchos años por ahí escucho un: -nos haces sopita de la felicidad?
❤️