🪡#72: ¿De qué vive un escritor?
Del material con que se hace lo que a uno le gusta (y cómo vivir de eso).
Hola, vos.
Escribo porque no tengo más remedio. Escribo por vicio, por negación, porque me siento incapaz de gastar las horas del día en cualquier otro trabajo (excepto, claro, el bordado). Escribiría aún si no pudiera vivir de esto porque, precisamente, es fuego que me da vida.
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¿De qué vive un escritor? De la tristeza. Pero no solo de ella. La melancolía, en el arte, está sobrevalorada. Le escuché hace poco a Orhan Pamuk que un escritor debe estar pendiente de todos sus estados de ánimo y escribir en cada uno de ellos. Así que un escritor vive también de la alegría, del dolor, de la compasión.
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Los escritores vivimos de la rutina. O lo intentamos. En la rutina se gesta la disciplina; esa con la que esculpimos un personaje de a pocos, con constancia. Un ojo un día, un gesto al siguiente, y sus deseos en todo un mes.
Valoramos lo predecible: tener dos horas de silencio antes del desayuno, aprovechar el café de las tres para editar, llevarse a la cama una idea a ver si en un sueño se revela.
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Escribí esto al borde del sueño:
Cuando no puedo dormir, me ayuda saber que al antejardín
no ha llegado a morir ninguna torcaza.
Que esa torcaza descansa en un nido construido con hebras de pelo calentando cuatro huevos. Que los polluelos que sobrevivan
se comerán las lombrices más frescas de la tierra.
Eso ayuda.
Pero la mayoría de las veces solo cuento al revés. Se me olvida la muerte o se me olvida contar
y pienso en el desayuno del día siguiente y del que sigue también
hasta llegar al huevo
o al sueño, a la torcaza que lleva semanas en la tierra.
Su cascarón.
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Los escritores vivimos cazando sueños.
Cazando estaciones
Cazando recuerdos
Cazando poemas
Cazando belleza. La belleza, dijo uno de mis estudiantes, es lo que te obliga a detenerte, a prestar atención. A veces lo que se considera más espantoso es, de cierta manera, lo más bello: por incierto, inesperado, conmovedor. Qué deliciosa contradicción.
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Dice Héctor Abad Faciolince en Tratado de culinaria para mujeres tristes:
Tantos actos de la vida son tan insoportables que si no los volviéramos rutina, harían que la vida fuera insoportable. (...) No pienses en lo horrible, vuélvelo rutina. Acepta sin lucha las inevitables tareas cotidianas y reserva el entusiasmo por las insólitas. (...) no vuelvas rutina lo que te exalta, lo que te interesa.
También es cierto. Escribir no puede ser solo rutina. Tiene que ser desvío, sorpresa, imposibilidad.
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Un escritor, en realidad, no sabe cómo vive, ni sabe cómo escribe. Pero busca saberlo.
Escribe Bárbara Molinari:
Las arañas no saben
cómo tejen
las arañas tejen
telas de seda
arman un sueño
resistente y elástico
las arañas no ven
tejen con el tacto
su refugio.
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Los escritores vivimos pensando en nuestras madres. Será porque la primera palabra que escribimos fue mamá. Será porque llamamos a nuestra lengua "la lengua madre". Será porque en la infancia hay una memoria del mundo antes de ser lo que hoy parece. Un mundo, quizá, más verdadero.
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Encontré este poema de Begoña Abad y tuve que ir por pañuelos:
Vestir a mi madre
Un día sucede, sin aviso,
que te agachas definitivamente,
a ras de suelo,
que tocas sus pies y los descalzas,
que comienzas a mirarla desde abajo
sin verle los ojos,
comienzas a vestirla y ella se deja
apoyando sus manos en tus hombros.
Y no sucede nada más,
sin embargo tú percibes su derrota
y comienzas a amarla de otro modo,
vencida tú también, ambas vencidas,
y el tiempo comienza la cuenta atrás.
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Es que, quizá, un nuevo modo de cuidar a la madre es escribiendo sobre ella.
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Los humanos nos la pasamos repitiendo una larga lista de "me acuerdo", como los de Georges Perec o Joe Brainard. Lo que hacemos los escritores es seleccionar qué de esa lista vale la pena no solo decir, sino reescribir.
Pensemos, por ejemplo, que le vamos a contar nuestra vida a alguien que ya la conoce. Podría parecer muy aburrida. Entonces se la contamos de modo que parezca una vida ajena, irreconocible. Incluso, interesante.
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Los escritores vivimos perdiendo el tiempo.
Salimos a caminar, nos detenemos en la neblina que se choca en las montañas, amasamos pan, nos mordemos las uñas, algunos gastamos una cantidad ridícula de horas en redes sociales o vemos series (en el último mes, por ejemplo, me vi Sirens, The last of us, The four seasons y ahora estoy enganchada con A handmade’s tale).
Tal vez perdemos tanto tiempo porque le huimos al momento de sentarnos a escribir. Sabemos que nos enfrentaremos con la realidad de que ninguna idea es tan buena y que hay que trabajar mucho antes de que sea una historia que merezca la pena.
O porque somos simples seres humanos.
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En serio, me preguntas, ¿de qué vive un escritor? ¿Se puede vivir solamente de la escritura? Hay varios caminos. A veces, hay que tomarlos todos:
Regalías de los libros vendidos. ¿Es suficiente? Depende de cuántos ejemplares se vendan, cuánto títulos se publiquen, la vida de cada libro, si sale del país, si se traduce...
Ferias y charlas.
Concursos, premios, becas. Esta es la opción más difícil porque, más que del talento, depende del azar.
Clases y talleres. Cuidado, pues lo más fácil es quedarse enseñando y no volver a escribir. Sin embargo, siempre es una opción que permite pensar en la mecánica del oficio, investigar, leer y aprender de estudiantes que hablan, por ejemplo, del verdadero significado de la belleza.
Escritura por encargo. Esto va desde la escritura fantasma, publicar en revistas, hasta que lo contraten a uno para hacer un libro de los sueños (esto me pasó con El vuelo de las jorobadas y A la sombra de un naranjo).
Proyectos: dirigir colecciones o antologías, brindar asesorías concretas.
Tener una familia adinerada, como Lord Byron, Marcel Proust o Virginia Woolf.
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Dice la escritora española María Sánchez:
El poema me enseña a darme cuenta, alumbra aquello que creo invisible, pero que forma parte de una trama que, día a día, da forma y sustento al mundo.
Y, bien, aquí escribiendo,
Jules
Pd. Si te gustó esta carta, también puedes leer:
#49: ¿Cómo se escribe un libro?
👆Este es el espacio para que me invites a un café virtual. También puedes llamarle propina ;) No es este el material con el que viviré como escritora, pero sí que aprecio muchísimo tu aporte en la ideación de este espacio.
Leamos y bordemos juntas/os “Los últimos días del hambre”
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Nos vemos en Instagram o en mi página.
Mi Juli... tus palabras siempre dejan un rayito de luz. Gracias por compartirte con tanta generosidad a través de las letras. Lloré con el fragmento de vestir a mi madre.
"...un nuevo modo de cuidar a la madre es escribiendo sobre ella." Tal vez ya no la cuido, pero sí escribo para no olvidarme de ella, de sus detalles, de sus palabras, de sus mimos. Lloro y sigo escribiendo, queriendo que su memoria en la mía no se escape con los años.
Me emociona recibir tus cartas en mi correo. Es de las pocas cosas que todavía le da sentido al artilugio digital. Gracias por tu tiempo.