#62: Mi habitación del pánico 🎃
Sobre la necesidad de un cuarto para la oscuridad, delicias para leer y bordar, poemas y más.
De niña le tenía un miedo irracional a quedarme sola en el patio de mi casa. Mamá dice que yo repetía que allí había un gato -en ese entonces les temía a estos animales porque, así es, uno le teme a lo que no conoce-. También recuerdo que en un pasillo había un viejo cuadro de un niño llorando (tipo Margaret Keane) y a mí me parecía que ese niño estaba encerrado en ese patio y que lloraba porque era de noche y hacía frío.
Este puede ser un simple detonante para un cuento de misterio, pero esta semana se me ocurrió que la escena del patio oscuro explicaba un mecanismo interno que busco entender mejor: estar encerrada afuera.
A ver si logro desenredar esta madeja: a veces dejo salir algo muy feo de mí y eso, lo que queda a la luz, me encadena, me asusta. Digamos que el gato es la ira. Que el niño de lágrimas es la ansiedad (¿acaso acabo der ver Inside Out?).
Estas emociones tienen una particularidad: son volátiles, necesitan hacer o, incluso, destruir. La impulsividad que viene con ellas es muchas veces la repetición de una historia que vivimos o sufrimos. Y supongo que mi pregunta de toda la vida es cómo estar dos pasos adelante de ellas, reconocerlas y no dejarlas tomar ventaja.
Todo el mundo sufre de ira y de ansiedad, el giro, claro, está en qué hace cada uno con eso. Cómo se reacciona a quedarse encerrado en ese patio oscuro por un rato; ojalá no haciendo nada que empeore todo, por lo menos mientras llega alguien a abrir la puerta.
Siempre vuelvo a la idea de la habitación propia que sugiere Virginia Woolf para escribir. ¿Qué pasaría si uno tuviera un cuarto propio para dejar salir al gato y al niño miedoso? Algo así como una habitación del pánico. O un cuarto oscuro, donde se revelaban antes las fotografías: descubrirse, aún con lo feo y lo borroso, darse a luz en esa noche controlada.
¿Tiene que ser un espacio físico? Sería ideal. ¿Qué tal un invernadero con flores, libros y una taza de té? ¿Qué tal una casita del árbol o un rincón con chimenea?
O mejor no. Mejor algo al alcance de cualquiera. Un cuarto mental que uno pueda abrir tan solo pidiendo un espacio (o regalándoselo a sí mismo) para tomar aire, concentrarse en los pies en el suelo y sentir lo que venga. No tener que hacer, ni resolver, ni entender. Revelarse primero para, más tarde, apreciar la imagen completa.
Ya no encerrarse afuera, sino liberarse adentro.
Aquí, adentro y afuera,
Jules.
Pd. Si te gustó esta carta, también puedes leer:
🌹Nuestras sombras
🌹Sobre la incertidumbre
🌹Oda al llanto
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»Un poema para escuchar la poesía de los árboles
Cuando la puerta recuerda (Hamid Tibouchi)
Cuando la puerta recuerda
cuando la mesa recuerda
cuando la silla el armario el aparador la ventana
recuerdan
cuando recuerdan intensamente sus raíces
sus savias
sus hojas
sus ramas
todo lo que en ellos habitaba
los nidos y las canciones
las ardillas y los monos
la nieve y el viento
— un escalofrío recorre la casa
que vuelve a ser bosqueentonces solo oigo el manantial que fluye
y un fuego arde en torno a mí
para calentar mi noche helada
de viajero perdido.
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»En voz alta
Un poema que resultó de encontrar muchos datos curiosos sobre las fascinantes polillas. Aquí va Entomología.
Las tres hijas, una película de Azazel Jacobs recién estrenada en Netflix. Tres hermanas se reúnen en la casa de su infancia para acompañar a su padre a morir. Mi marido, con quien hacemos cineforo al final de cada película, dijo algo con lo que me quedé pensando; cada una de estas hermanas representa una forma de evadir la realidad: el exceso de control, los vicios y la negación. Además de ser material de pensamiento, esta película está muy bien actuada y escrita, es como ver una obra de teatro.
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Las acuarelas de Leticia Ruifernández para la preciosa antología de donde salió la botica de hoy: La poesía de los árboles.
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La novela ganadora del Premio Lumen 2024: Luciérnaga, de Natalia Litvinova. En esta se cuenta con gran delicadeza una serie de memorias y conversaciones en torno a una infancia velada por el desastre nuclear de Chernóbil. De ahí que a la gente posiblemente ‘contaminada’ le llamaran luciérnagas. Y lo que más me gusta: sus referencias, tan bien logradas, sobre la costura.
Recuerdo que un día le pregunté (a mi madre) por qué le gustaba coser. «Unir», me contestó, «unir con hilos que después no se ven, las partes, las capas, las ideas todavía invisibles. Y en mi caso, como soy muy buena, queda algo más grande y hermoso que el resultado de esa idea: un vestido que hará hablar a mi cuerpo cuando me lo ponga y pasee. (…) «Si se corta la piel, quedará una cicatriz. Si se corta una tela, habrá amor, celebración, futuro».
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Podría recomendar esta app para iniciar a niños y niñas en el tema del autocuidado. Pero qué va, yo misma la disfruto. Finch funciona más o menos así: uno hace su check list de actividades de autocuidado a diario y por cumplirlas, como motivación, uno puede interactuar con una mascota virtual. Tiene recursos adicionales como temporizadores de enfoque, ejercicios de respiración, estiramientos, detonantes de escritura de diario y más.
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En el Perder el hilo pasado te recomendé la serie The Bear. Ahora te recomiendo su banda sonora. No me puedo sacar de la cabeza, en especial, el álbum de Ghosts de Nine Inch Nails.
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Creo que es ampliamente conocido que la poeta de la naturaleza, Emily Dickinson, tenía un herbario. Ahora es de acceso público. Acá va para que lo puedas descargar:
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La combinación de coser, bordar y salir a jugar:
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Estas semanas en mis redes:
-La grabación de la charla con mi amigo librero, Alberto, acerca de jardines y literatura.
-Entrevista rapidísima para Lazo Libros.
-Despedida a La Ofelia.
-Acercamiento a La Niña Afgana.
Mmm, hoy no tengo ganas de escribir. Es que no se supone que los gatos escriban, ¿o sí? Así que me saco del ovillo un poema y quedamos así.
La Gata viene y se restriega en mis muslos.
Observa y parece decirme:
Yo te miro con toda la luz
y la oscuridad que poseo. Permanece
debajo de la cama. Si sale, me ignora. Maúlla
si tiene sed de leche de almendras. Compensada,
no me agradece. Sin embargo,
contra todo pronóstico,
llora si la dejo sola. Si vuelvo,
me lame con su lengua de granito. Ningún
placer semejante a mirarla mientras
su arrogancia está dominada por una luz
inexplicable. Desde la altura de su fidelidad
se puede predecir la lluvia. Para llegar
a la cima es menester nuevamente
educarse en las revelaciones y en el inicio
como cuando nos debatíamos entre nubarrones
y la tierra era aún tiniebla y teoría y nosotros,
peces heridos,
girábamos bajo el anzuelo. Al final
todas las cosas dormirán sobre tu pecho,
me dice mientras caza una paloma
en el acto. Bailamos.
Sus pies no tocan el suelo: trazamos
un círculo imaginario que nos protege del mal.
Sin ella abandonada está mi mano
de su espina dorsal. Guardemos silencio, Gata:
en el silencio puedo amarte en todas las lenguas.Elogio de la gata (fragmento), Manuel Becerra
Rima 🐾
(Pd: ¿has llegado al final? Me acosté tardísimo escribiéndote y quiero saber si sigues aquí. Me motivará mañana, cuando esté toda trasnochada jugando con el pequeño O. En todo caso, gracias por dejarme entrar con estos hilos a tu buzón).
Maravilloso confirmar que todos tenemos un “cuarto oscuro” dentro de nosotros, del que a veces no queremos salir, o al que veces no queremos entrar. Es necesario, importante y urgente, por salud mental, entender estos momentos como parte de nuestra esencia y solución a cómo enfrentamos cada situación de nuestra vida. Gracias por “Encontrar ese hilo” para nosotros.
Está preciosa esta carta, amé la poesía de los árboles, que aproveché para leer entera. Los versos de Irma Pineda me hicieron recordar que aún tengo el ombligo de mi pequeño y que quiero guardarlo bajo un árbol de palosanto.